TARZAN

La Leyenda de Tarzán

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El siguiente relato ha sido escrito por mi amigo Eduardo Guzmán Novoa de Lima, Perú y representa el esfuerzo de unir dentro de la Leyenda Universal de Tarzan el contenido de las doce películas protagonizadas por Johnny Weissmuller que como sabemos se hicieron, en cuanto al guión, como en un universo paralelo ajeno a lo escrito por Edgar Rice Burroughs en sus novelas, un universo con paisajes propios como el famoso Escarpado Mutia que da acceso a la selva particular de Tarzan y en donde no se menciona para nada su origen como descendiente de Lord Greystoke. En este relato veremos alusiones a personas, tribus y países que han aparecido en las películas de Johnny Weissmuler y además veremos, dentro de esta fantasía, una manera de dar cuna y origen al personaje de Boy, el hijo adoptivo de Tarzan en el cine y que aquí se lo entronca con la misma familia Greystoke. Abajo puedes entrar en su página web:

Página Eduardo y la Literatura


EN BUSCA DEL HOMBRE MONO

Todo comenzó en el condado irlandés O’Sullivan, en plena II Guerra Mundial, a donde mi periódico, el Daily Burroughs, me había enviado a cubrir la neutralidad de los irlandeses en la contienda. Una vez que hube reunido suficiente material para mi reportaje, me dispuse a tomar un trago en la taberna Van Dyke partir a Escocia. Comentando con un grupo de personas acerca del mítico Monstruo del Lago Ness, acabé concluyendo que quizás hubiese habido alguna especie de dinosaurio ahí, en tiempos remotos, pero que aún siguiese vivo ahí era tan probable como hallar un pájaro dodo hoy.

Uno de mis interlocutores se puso en pie y dijo que si de eso se trataba, entonces el Monstruo era real, pues todavía existían pájaros dodo vivos... él había visto uno, en las inexploradas selvas del Congo (¿el belga o el francés?) Arrepintiéndose al instante de lo que había dicho, el hombre se retiró con prisa. Pregunté quién era ese caballero y me respondieron que era Dennis O'Doul, un rico comerciante.

Averigüé la dirección de esta caballero y fui a visitarlo a su mansión: cuando le dije que me gustaría saber más de su experiencia en el Congo (¿el belga o el francés?), me expresó que no deseaba hablar de ello, que había prometido a unos queridos amigos guardar silencio, y que lo expresado anteriormente fue un descuido imperdonable que, esperaba, se olvidara pronto.

Fue a partir de ese "descuido imperdonable" que descubrí a Tarzán, el Hombre Mono. El caso es que tras una fugaz estadía en Escocia partí al bombardeado Londres. Ahí, en una biblioteca, me puse a averiguar acerca de algo completamente ajeno a la guerra: las regiones inexploradas del Congo (¿el belga o el francés?).

Indagué en los mitos y leyendas existentes acerca de esa región: en la Enciclopedia Gibbons, en el tomo dedicado al África inexplorada, se narraban fábulas del Cementerio de los Elefantes, el Escarpado Mutia, ciudades perdidas, montañas de oro... hasta que encontré algo: el testimonio de dos hermanos, Rita y Eric Parker, quienes habían estado ahí en los años treinta. Según ellos, uno de los miembros de la expedición les contó que había visto una extraña ave que, por su descripción, era idéntica al ya extinto pájaro dodo.

Sin perder tiempo busqué a estos dos hermanos. Solo hallé a Rita; Eric se hallaba sirviendo en la Real Fuerza Aérea. Y fue Rita quien me dio más datos acerca del dodo: lo había visto un tal Herbert Henry Rawlins, ya muerto. Y me contó su historia.

El caso es que ambos hermanos habían partido a esa remota región del África a buscar a su prima, quien vivía con un salvaje blanco... una especie de Rey de la Selva llamado Tarzán. Necesitaban su firma para poder reclamar una herencia: consiguieron su rúbrica, pero no lograron convencerla de volver a Inglaterra.

Mi interés por el pájaro dodo se desvaneció al oír algo más interesante: el Hombre Mono, Tarzán. Le pedí que me contara todo lo que supiera, y por más de una hora hablamos acerca del asunto.

TARZAN

A raíz de una decepción amorosa, Jane había decidido irse a vivir con su padre, el comerciante James Parker, en el Congo (¿el belga o el francés?) Acompañó a su padre en una expedición a las regiones inexploradas para buscar el Cementerio de los Elefantes. Ahí hallaron a Tarzán, quien conquistó el corazón de Jane. Tras la muerte de Parker, Jane se quedó a vivir con él.

Reflexioné acerca de esta mujer que había renunciado a la civilización, pero opiné, tras mirar las ruinas de Londres por una ventana, que quizás no volver jamás fue lo mejor para ella. Para mi sorpresa, Rita me dijo que sí había vuelto a Inglaterra... de hecho, me indicó dónde hallarla en ese preciso instante.

No necesito decir que partí raudo y veloz a buscarla. La encontré: estaba en un hospital, atendiendo a unos soldados enfermos recién llegados de Birmania. A todos les decía que acababa de llegar la medicina que les salvaría. Reconocí la fiebre de esos comandos: era una enfermedad tropical para la que no se había hallado cura, como la que vi cuando viajé e Etiopía para cubrir la invasión de Mussolini. Pero ella les aplicó un extraño mejunje y, en cuestión de minutos, las calenturas desaparecieron. Jane me dijo que su esposo le había enviado el jugo de una rara fruta de un oasis del Desierto del Sahara.

Me identifiqué y comencé a entrevistar a la Srta. Parker. Ella me corrigió: era la señora de Tarzán. Le conté cómo había llegado a ella y mi cada vez mayor interés en el Hombre Mono. Me contó acerca de sus aventuras: la búsqueda del Cementerio de los Elefantes, la tribus salvajes... ah, y me confirmó de la existencia del pájaro dodo en su selva (¡yo ya me había olvidado de él!).

Tras oír sus increíbles aventuras, le pregunté por qué había roto su aislamiento de la civilización. El caso es que su madre había resultado malherida durante la Batalla de Inglaterra. Desde que se divorciara de su marido y desde la pelea con su hija (ella nunca aprobó que su hija rompiera con su anterior novio), la mujer vivía sola. Sin embargo, Jane no se enteró hasta mucho después, y tras hacerle entender a Tarzán que estaría ausente un buen tiempo, regresó a Londres.

TARZAN Y JANE

Cuando le pedí que me presentara a su madre, me contestó que ella había muerto pocos después de su llegada. No, no fue por sus heridas en el bombardeo a Londres: éstas habían sanado aunque a ella le costó que le amputaran una pierna. Tras re-encontrarse, ambas se abrazaron llorando y se pidieron perdón mutuamente. Tras dos días de convivir y contarse sus cosas, Jane le dio a su madre una alta suma de dinero y le pidió que tomara un barco hacia América, donde podría vivir sin que nada le faltara; mientras, ella volvería al África con su esposo e hijo.

Esto inició una nueva pelea. La mujer no solo se negaba a abandonar su patria en esta difícil hora, sino que increpaba a Jane que otra vez se exiliara del mundo civilizado para irse con su salvaje "familia". Sin embargo, cuando la madre de Jane le exponía a su hija el significado de civilización, sonó la alarma de ataque aéreo. Ambas corrieron pero no alcanzaron a llegar a la casa; las bombas comenzaron a caer.

Horrorizada, Jane vio a su madre alcanzada por una explosión cercana; con gran esfuerzo y en medio del bombardeo, la llevó a un hospital cercano, pero tuvo que aguardar junto con una multitud de malheridos. Y fue ahí cuando la agonizante dama comprendió que no todo es color de rosa en la civilización, que aún le falta mucho por recorrer para alcanzar su pretendida perfección.

Las últimas palabras que Jane oyó de su progenitora fueron de perdón; no estaba de acuerdo con su decisión, pero si así había hallado la felicidad, entonces debía alejarse de ese caos de odio y destrucción, y regresar a la apacible vida con su familia.

Sin embargo, no lo hizo. Ocupó el puesto de su madre en el cuidado de los combatientes malheridos y colaboró con la defensa. Le escribió a Tarzán que le enviase cierto jugo medicinal de una rara fruta que ambos habían encontrado en un prehistórico oasis del Sahara, cuando buscaban a su hijo secuestrado; ese jugo había salvado a los soldados afiebrados. Ahora solo esperaba que esta terrible guerra termine para poder volver a su amada jungla... no, no me dijo dónde estaba, pues era deseo de su marido que nadie los molestara.

Le pregunté algo interesante a Jane: ¿nunca se había interesado ella por el origen de su esposo? Jane me respondió que en varias ocasiones se lo había planteado, pero sin hallarle solución; el mismo Tarzán se recordaba a sí mismo como siempre cuidado por simios... lo más probable es que sus verdaderos padres hayan muerto en la jungla, y que los monos lo hayan recogido. Pero, ¿qué importaba ya eso? Él era feliz en esa selva, y ahora compartía esa felicidad con su familia.

En ese instante me propuse a mí mismo develar ese misterio: ¿quién es Tarzán de los Monos? Comencé a marear a Jane con varias preguntas al respecto, pero al parecer ella se dio cuenta y empezó a evadirme. Así y todo, logré reunir varios datos importantes.

TARZAN Y JANE

Pronto recibí una llamada del Daily Burroughs: debía ir a Nueva York a cubrir un nuevo reportaje. Pensé dejar la investigación sobre el Hombre Mono para otra ocasión, pero el destino quiso otra cosa. En el avión que me llevaría a América oí a un oficial conversar con una alegre pasajera americana y, para mi sorpresa, ¡la llamó Connie Bryce! ¡Ella era la que le trajo la medicina de la selva a Jane!

Durante el viaje al Nuevo Mundo me acerqué a ella y comencé a entrevistarla. Ella, una artista americana de Vaudeville, se había mezclado, sin querer, en una aventura de espionaje en el Norte de África, en una ciudad árabe llamada Bir Herari. Solo tenía que entregar una nota secreta, pero pronto se vio envuelta en un complot nazi para provocar una insurrección armada de varias tribus árabes rivales entre sí.

Hubiera muerto ahorcada de no ser por la ocasional visita de Tarzán, el Hombre Mono, y de su pequeño hijo Boy. Ellos la salvaron y la llevaron consigo en su viaje a un oasis habitado por dinosaurios, plantas come-hombres y arañas gigantes (!) Dos agentes nazis que hasta ahí les siguieron acabaron muertos por las criaturas del prehistórico oasis.

Llegué a Nueva York y, tras hacer un reportaje sobre espías y saboteadores operando en América, me sobró tiempo para pasearme por esa famosa isla... y una nueva pista acerca de Tarzán se me volvió a presentar. El caso es que vi el Puente de Brooklyn... y recordé lo que Jane me contó en cierta ocasión: que Tarzán había saltado desde ahí hasta el mar y salió ileso.

Al ver la altura de ese puente, me di cuenta de que el Hombre Mono había batido todas las marcas de clavado... ¡algo así no podía olvidarse! Mi siguiente paso fue investigar en los periódicos neoyorquinos.

No tuve que buscar mucho: todos recordaban a aquel extranjero que saltó desde el puente hacía un año. Casi al instante obtuve los periódicos de esa fecha, donde se relataba el hecho minuciosamente. Más adelante, visité los registros judiciales de Nueva York, donde se confirmaba todo, además de nuevos datos del caso:

· Boy no era hijo de Tarzán y Jane, sino sobreviviente de un avión estrellado varios años atrás en el Congo (¿el belga o el francés?)

· De alguna manera, Tarzán y Jane consiguieron gran cantidad de oro, con la cual financiaron su viaje de rescate a América.

Oro... en Irlanda me comentaron que Dennis O'Doul había regresado de una expedición al África con gran cantidad de oro. Y en la enciclopedia que leí, se mencionaban leyendas de montañas de oro en las selvas inexploradas de más allá del "imaginario" Escarpado Mutia.

Traté de ubicar a las personas relacionadas con la aventura de Tarzán en Nueva York, pero fue inútil. Por ejemplo, Jimmy Shields y Connie Beach, quienes apoyaron a Tarzán y Jane en la búsqueda de su hijo, se habían casado, pero no vivían ya en Manhattan. Y el circo donde los hechos habían acontecido ya había sido clausurado, tras la muerte de sus dos principales dueños.

De pronto acordé algo: Jane me había contado que, poco antes de volver a su selva, se encontró con una compatriota a quien había conocido años atrás en el Congo (¿el belga o el francés?), cuando se fue a vivir con su padre, poco antes de conocer a Tarzán. Ambas acordaron una manera de comunicarse por correo.

¡Cutten! Lo recordé, era la Sra. Cutten, una dama inglesa que había vivido en Á;frica y hacía unos años se había trasladado, con su marido, primero a Londres (donde conoció a la madre de Jane; fue ella quien le escribió a su hija, avisándole de lo ocurrido) y después a América. Hice averiguaciones y, para mi suerte, aún vivía en Nueva York.

Pronto ubiqué a esta señora, ahora viuda. La habladora mujer me contó, con lujo de detalles, nuevos datos sobre todo lo relacionado con Tarzán y Jane:

· ¡Finalmente! La selva de Tarzán se halla en el Congo Francés.

· Hay dos ciudades "occidentales" en esa última frontera de la civilización, con gran cantidad de ciudadanos británicos: Randini y Nagi. También hay dos ciudades formadas por inmigrantes hindúes: Bagandi y Zambesi. Y además, un mini-reino hindú: Touranga (gobernado por el rey Farrod).

· Hay un río que se interna en esa región inexplorada, y que pocos se atreven a remontar: se llama Niaga.

· James Parker, el padre de Jane, había muerto buscando el Cementerio de los Elefantes. Solo había regresado su joven asistente, Harry Holt (Jane se quedó con Tarzán).

· Un año después Harry Holt también sucumbió en una nueva búsqueda de esa fortuna en marfil, junto con su ambicioso amigo Martin Arlington. Paralelamente, otra expedición desapareció en esa salvaje región: la dirigían dos bribonzuelos llamados Tom Pierce y Henry Vanness, e iban con la misma intención.

· Una tercera expedición hacia más allá del Escarpado Mutia tuvo éxito: Rita y Eric Parker, primos de Jane, volvieron sanos y salvos, si bien el capitán Fry (un ambicioso cazador) y su cómico asistente Herbert Henry Rawlins murieron trágicamente.

· Unos nobles británicos pertenecientes a la casa Greystoke se adentraron a esa selva: Austin Lancing, su esposa, su tío Sir Thomas y el guía Sande; vinieron en busca de unos herederos extraviados años atrás en un accidente aéreo; solo regresaron vivos Sande y la esposa de Austin.

· Poco antes de volver a la civilización, la Sra. Cutten vio otra expedición adentrarse a la jungla desconocida: la dirigía un tal profesor Elliott, dos asistentes llamados Medford y Vandermeer... y un gracioso irlandés cuyo nombre no recordaba. Ignoraba qué pasó con ellos.

Gracias a los datos que me facilitó esta chismosa mujer, unido a lo que ya había averiguado, saqué una importante conclusión. Pero debía confirmarla... y eso solo podía hacerse en Inglaterra. Sin embargo, no pude regresar ahí en largo tiempo.

El Daily Burroughs me envió de un lado a otro para cubrir otras noticias. En un par de ocasiones fui enviado a los campos de batalla en varias partes de Europa. Ya estaba pensando que no podría ocuparme de buscar al Hombre Mono en largo tiempo... Pero, inesperadamente, tuve otro golpe de suerte en el "caso Tarzán".

TARZAN

En el Norte de África acompañé a unos comandos ingleses en varias acciones bélicas contra los ejércitos de Rommel. En un campamento enemigo capturado hallamos varios documentos secretos sobre las acciones militares alemanas en el Continente Negro. Una de ellas me llamó poderosamente la atención: la Operación Neumann, que se refería a una expedición ultra-secreta a una región inexplorada del Congo Francés.

El caso es que, hacía ya varios años de esto, un explorador alemán apellidado Bausch se había extraviado en esa selva más allá del Escarpado Mutia; sin embargo, fue rescatado por los habitantes de un reino escondido en el interior de esa jungla: Palandrya.

¡Palandrya! ¡En la Enciclopedia Gibbons, uno de los reinos míticos se llamaba así! Tras reestablecerse, Bausch regresó a Alemania, donde pidió su reincorporación al Ejército. Ya habiendo estallado la guerra, informó a sus superiores acerca de Palandrya y de lo que había visto: petróleo, bauxita, caucho, etc., en grandes cantidades. Pero eso no era nada, había un elemento más en esa región, que sería de gran utilidad para una poderosa arma en la que los sabios nazis estaban trabajando. Se trataba de minas con gran cantidad de... era la primera vez en mi vida que leía esa palabra: uranio.

Pero me estoy desviando. El caso es que, debido al informe de Bausch (ya para entonces ascendido a capitán), se dio comienzo a la Operación Neumann. Se envió una expedición armada a esa región, con el propósito de explotar esas ricas materias primas, que podrían darle la victoria al III Reich. Esta misión secreta, comandada por un tal coronel Von Reichart, fue un total descalabro: ni uno solo regresó vivo, y ni siquiera las dos únicas transmisiones radiales que alcanzaron a enviar pudieron aclarar qué les había pasado.

Primero Berlín recibió un mensaje del radio-operador Schmidt, quien se había extraviado (?) Tras esto se recibió un segundo mensaje, el último, donde se oyó brevemente la voz del coronel Von Reichart, luego una voz lejana que gritaba ¡nazi! una y otra vez, disparos, un rugido de león, unos gritos... y una voz extraña. Un general apellidado Hoffman creyó reconocer la voz del Führer (!), pero por voces que se oyeron después, se supo que se trataba de los gruñidos de un chimpancé llamado Cheeta. Esa irrespetuosa metida de pata le costó al viejo Hoffman ser enviado al frente de batalla en Rusia.

Entre lo que se escuchó antes de cortarse la transmisión, se oyeron los nombres de Zandra (?), Boy, Cheeta (el simio)... ¡y Tarzán!

Excitado por mi descubrimiento, traté de hallar algo relacionado con la aventura de Connie Bryce en Bir Herari, pero fue inútil. Sin embargo, el coronel inglés Thorpe me contó sobre Bir Herari... ¡estaba a dos días de viaje, en la parte sur del Desierto del Sahara! No necesito decir que partí ahí de inmediato, pretextando hacer un reportaje.

Bir Herari estaba gobernado por el sheik Abdul El Khim, con quien conseguí una entrevista. Le pregunté si recordaba a Tarzán. ¡Por supuesto! Dos veces había venido él a Bir Herari. La primera fue con su esposa, la hermosa Jane, y su chimpancé Cheeta; ambos pasaron por ahí, pues viajaban en busca de su hijo secuestrado, Boy. La segunda vez, un año después, Tarzán vino con Cheeta y su hijo Boy, pero sin su mujer.

El Sheik me contó que Paul Hendrix, un rico empresario europeo asentado ahí, se había ganado toda su confianza. Pero tanto él como su asistente Karl Strader eran agentes nazis que trataban de provocar una revuelta de tribus árabes que le facilitaría a los alemanes el afianzar a su dominio en el Norte de África. Fueron ellos quienes asesinaron a su hijo, el príncipe Selim, quien había sido prevenido por un sheik vecino de la verdadera identidad de Hendrix. Pero gracias a esa segunda visita de Tarzán, y de una artista americana, pronto todo se aclaró y el complot nazi fue desbaratado.

Más adelante, visité una ciudad vecina, gobernada por el sheik Amir, quien me dio datos adicionales: en efecto, gracias a sus contactos con los ejércitos británicos, supo que Paul Hendrix era en realidad un agente alemán, Heinrich no sé qué. Quiso prevenir a Abdul El Khim que el nazi estaba armando a las tribus vecinas hostiles, pero sus mensajeros fueron asesinados. Pero la llegada de la americana Connie Bryce le dio una idea: ella entregaría el mensaje secreto al Sheik. Pero tras un tiempo, al ver que nada pasaba, Amir alistó a sus ejércitos para marchar sobre Bir Herari... y entonces llegó la noticia que gracias a Connie y a un "salvaje blanco", el nazi y su compinche murieron en un oasis inexplorado, y Abdul El Khim había ya desarmado a las tribus enemigas de los alrededores.

Entonces pregunté acerca de ese "oasis inexplorado", y Amir me respondió lo mismo que su amigo Abdul El Khim: que era una región en la que pocos valientes se atrevían a incursionar: se contaban leyendas de grandes reptiles prehistóricos, arañas del tamaño de una carroza y gigantescas plantas carnívoras.

Tomé una decisión aventurada: iría a buscar ese oasis. Tras lo que me habían contado Jane, Connie y los dos jeques árabes, me sentía preparado para adentrarme en esa pequeña selva antediluviana. Con varios voluntarios (a quienes tuve que ofrecer paga extra) me adentré en esa zona casi nunca frecuentada del Sahara y pronto hallé el misterioso oasis.

Todo estaba ahí: los monstruos prehistóricos, las plantas come-hombres, la fruta medicinal (cogí unas cuantas para llevarlas conmigo)... y hallé la cueva habitada por arañas gigantes. Con toda precaución entramos a explorar: había varios esqueletos y enormes telarañas. Incluso llegamos a ver a uno de estos monstruosos arácnidos. Todos salimos corriendo de la caverna. Recuerdo haber pateado, en la huida, un cráneo tirado en el suelo; me pregunto si no pertenecería al agente nazi Heinrich...

Afortunadamente tuve la precaución de filmar todo con una cámara cinematográfica portátil.

TARZAN, JANE, BOY Y CHEETA

De regreso a la base británica Thiele, me llegaron nuevas órdenes del Daily Burroughs: regresar a Europa. A partir de ahí la suerte dejó de sonreírme, pues por un largo tiempo no pude volver a reunir más datos acerca del Hombre Mono. La guerra ocupó toda mi atención.

Así, el "caso Tarzán" estuvo archivado durante mucho tiempo en mis proyectos futuros... hasta que el curso de la guerra comenzó a girar del lado de los Aliados. Los nazis comenzaron a retroceder, las naciones ocupadas eran liberadas, y ya todos en Europa aguardábamos la caída del III Reich con un reloj en la mano: parecía cuestión de horas. Así, el Daily Burroughs me envió de vuelta a Londres, para cubrir un discurso de Winston Churchill acerca del inminente fin de la contienda, la reconstrucción y la política de posguerra.

Tras el discurso de Churchill, tuve varios días libres. Lo primero fue ir a buscar a Jane Parker. Me encontré que su casa había desaparecido. Informándome, me enteré que uno de los proyectiles V-2 lanzados por los nazis había impactado precisamente en su hogar. Pero Jane fue providencialmente salvada por una mujer que, prácticamente, se puso de escudo entre ella y la explosión de la casa.

¿Quién era esa mujer? Solo supe que Jane la llevó a un hospital; al día siguiente regresó sola, y un mes después partía hacia el Continente Negro, junto con un viejo amigo de su padre, el arqueólogo Sir Guy Henderson, quien había preparado una expedición científica al Congo.

En el hospital hallé nuevamente a Rita, atendiendo a su hermano Eric. Ambos me contaron que la extraña mujer en cuestión era la viuda de Austin Lancing, quien murió años atrás en la selva africana. Esa mujer regresó a Inglaterra, sola y arruinada, pues no pudo cobrar ni un centavo de una fortuna que le correspondía a su esposo. Desde entonces había vivido en la indigencia, y la llegada de la guerra empeoró aún más su situación: su humilde casa y sus pobres pertenencias volaron en pedazos en la Batalla de Inglaterra.

Viviendo de la caridad pública y hundida en el alcoholismo, reconoció a Jane un mes antes de su partida al Congo. Quiso hablar con ella de un "asunto" del pasado: se mostraba arrepentidísima, pero Jane se mostró desconfiada y resentida. Fue entonces cuando el V-2 cayó sobre la casa de los Parker; Jane, que no había percibido que el proyectil venía directo sobre ella, iba a hallar la muerte, pero la andrajosa mujer dio abnegadamente su vida por salvarle.

Eric y Rita estuvieron presentes en el hospital, en la muerte de la viuda Lancing. Jane, bañada en lágrimas, asistió a esa moribunda que perecía en su lugar. La mujer le hizo una última petición, que Jane se comprometió a cumplir. Tras esto, expiró.

¿Qué papel había jugado esa mujer en el pasado de Jane? ¿De qué era lo que tanto pedía el perdón? ¿Por qué ella, como viuda de Austin Lancing, no pudo heredar lo que le correspondía a su difunto marido? ¿Cuál fue esa última voluntad que Jane se comprometió a cumplir? ¿Y cómo podría cumplirla, si ya se alejaba de la civilización para vivir con su familia?

Ni Eric ni Rita sabían las respuestas, y Jane prefirió no dárselas. Sin embargo, ya tenía yo suficientes pistas para responder todo eso... y ya podía confirmar cierta sospecha que tenía acerca de la selvática familia de Jane.

Mi siguiente parada fue el solitario castillo de los Greystoke, en Escocia. Gracias a mi condición de periodista, pude obtener importantes datos acerca de Austin Lancing: iba a ser el único heredero de la fortuna de los Greystoke, pues el anterior heredero, su hermano Richard, había desaparecido en el África junto con su esposa y su hijo recién nacido. Pero no podía acceder a nada de eso hasta que se probara que los desaparecidos estaban realmente muertos. Y ahora, con la muerte de Austin, nadie puede reclamar el título del nuevo Lord Greystoke.

Atando cabos sueltos de todo lo anteriormente averiguado, solo había una conclusión: Boy, el niño adoptado por Tarzán y Jane, era el hijo de Richard Lancing... Lord Greystoke, heredero de un título nobiliario, tierras y castillos.

¿De qué estaba arrepentida la viuda Lancing? Quizás ella y su esposo, al viajar a la selva de Tarzán, descubrieron la verdad. Pero entonces algo terrible ocurrió: quizás la codicia por la herencia movió a marido y esposa a intentar algo contra el pequeño Boy. Pero las cosas no salieron como imaginaron, y al final volvió la mujer, sola y arruinada.

Y ahora... en su lecho de muerte le pidió a Jane que no siguiera manteniendo a su sobrino sin conocer su verdadero origen, ni que el chico renuncie a su legítimo patrimonio.

Pero no fue esta revelación lo que me interesaba entonces, sino el confirmar otra sospecha que tenía en mente. El caso es que, hacía varios años, el periodista Florey (también del Daily Burroughs) fue enviado a Inglaterra a cubrir un caso similar.

El viejo Florey me contó que, allá por 1909, otro miembro de esa honorable familia también desapareció, sin dejar rastro: se trataba de John Clayton, Lord Greystoke, quien viajó con su esposa Alice Rutherford al África, para investigar ciertos roces de las colonias británicas con las alemanas. El caso es que el barco nunca llegó a su destino... reapareció varios meses después, naufragado. Todos los que iban en él fueron dados por muertos, debido a alguna tempestad. El caso fue cerrado.

Ahí, en la biblioteca de la familia Greystoke hallé toda la documentación con el caso. Bien pronto me enteré por ciertas investigaciones privadas, testimonios extra-oficiales y evidencias que fueron ocultadas a la opinión pública, que Sir John y Lady Alice no murieron ahogados en ese naufragio.

Debido a los maltratos y abusos del brutal capitán y sus oficiales, los marineros se amotinaron y asesinaron a todos. Pero el jefe de los amotinados perdonó a Lord Greystoke y su esposa, quienes le habían salvado la vida anteriormente. Los dos fueron desembarcados en una costa africana, con todas sus pertenencias, alimentos, medicinas, armas y municiones... pese a las súplicas de Sir John por el hecho que, en unos meses su esposa daría a luz a un niño.

Pese a todo, el matrimonio fue abandonado y el barco se alejó; poco después una tempestad echó a pique el barco, muriendo casi todos sus tripulantes.

¿Qué tiene eso que ver con Tarzán? Bien, la sospecha que tenía desde años atrás se convertía casi en certeza. Pero no quería arriesgarme: los únicos que podrían confirmar o desmentir mis sospechas serían Jane, Boy.... o el propio Hombre Mono.

La guerra acabó. El Eje fue derrotado. Fui enviado a varias ciudades de Europa para cubrir las celebraciones por el fin de la amenaza fascista al mundo. Esto me distrajo del "caso Tarzán" por un largo tiempo. Finalmente, tras cubrir los Juicios de Nuremberg, terminé donde comenzó mi larga búsqueda: en Irlanda.

Quiso el destino que me reencontrara con Dennis O'Doul. Sentí necesidad de conversar con él, pedirle que confiara en mí. Ya había averiguado muchas cosas, y sabía el verdadero origen de su fortuna. Pero no había problema, pues no pensaba publicar ni una sola línea al respecto. Mi interés por la cuestión del Hombre Mono era por otro motivo: le conté una hipótesis que me había planteado respecto a Tarzán, pero si bien la consideraba probable, no conocía él datos que pudiesen arrojar luz al misterio.

Algún tiempo después me enviaron a cubrir otro evento, en Escocia... nada menos que en castillo Greystoke. Un perdido heredero de esa noble familia había aparecido y venía a reclamar lo que era suyo. Un adolescente con un nombre raro: Boy.

No necesito decir que partí presuroso a cubrir esa noticia, que me parecía caída del cielo.

Ahí estaba. El hijo adoptivo de Tarzán y Jane. El hijo de Richard Lancing. Un muchacho rubio, robusto y alegre. Él podría aclararme las dudas que tenía. Pero debía ir con tiento.

Me presenté. Al parecer me tomó por otro periodista, pero le dije que no venía a hacer ningún reportaje. Tomando asiento, le conté mis peripecias.

Boy me miró con cierta desconfianza. Tal vez sospechó que deseaba hallar la ruta a su escondida selva (conocida por unos pocos) y que arruine la paz y tranquilidad de Tarzán y Jane. No parecía dispuesto a cooperar en darme los datos que buscaba, pero ya venía yo preparado para demostrarle mi sinceridad.

No había ido a visitarlo solo: me acompañaba alguien que podía asegurar la sinceridad de mis intenciones. Alguien de quien Boy no dudaría. Lo hice pasar.

Dennis O'Doul entró. Boy le reconoció al instante. O'Doul se alegró de reencontrarse con ese pequeño amigo de la selva, ahora convertido en un adolescente hijo de la nobleza británica. Ambos se abrazaron en medio de risas y exclamaciones.

TARZAN Y LAS AMAZONAS

Habiéndome ganado su confianza, Boy me contó, con lujo de detalles, todas sus aventuras: me habló de unos rufianes que quisieron raptarlo siendo él un niño, de la montaña de oro que iba a acabar con la tranquilidad de su hogar selvático, cuando fue raptado y llevado a un circo en América, cómo él y Tarzán salvaron a la ciudad perdida de Palandrya de una invasión nazi, el viaje de ambos a un prehistórico oasis en el Sahara, su odisea en la ciudad árabe de Bir Herari, su aventura con las amazonas en la ciudad perdida de Palmyra, cómo él y sus padres derrotaron a la secta de los Hombres-Leopardos, cuando salvaron el mini-reino hindú de Touranga del príncipe usurpador Ozira que favorecía a los cazadores furtivos, etc.

Varias de esas aventuras me las conocía ya, pero él me dio tales pormenores que fue como si las oyera por vez primera. Me narró que, poco después de ayudar al príncipe Suli a recuperar su trono en Touranga, Jane le conversó algo acerca de su tía, esa mujer malvada que, junto con su marido, trató de raptarlo años atrás. Se había reencontrado con ella en Londres, pobre y arrepentida. Murió por salvarle la vida, por lo que Jane le prometió que le contaría una verdad que le habían ocultado.

Boy era hijo de Richard Lancing, un noble de la casa Greystoke. Sus padres murieron al estrellarse el avión que les llevaba, y él fue recogido por Tarzán y Jane. Años después llegaron Austin Lancing y su esposa, quienes descubrieron la verdad y decidieron secuestrar al niño. El bien intencionado Sir Thomas, tío de Austin, fue asesinado por su ambicioso sobrino al tratar de impedirlo. Pero tras engañar a Jane para que les ayude, todos cayeron en garras de la feroz tribu Zambele, que sacrificó a Austin en un sanguinario ritual. La llegada de Tarzán salvó a los que quedaban, y la viuda de Austin debió regresar, sola y sin un penique.

La promesa que Jane le hizo a la agonizante viuda Lancing fue el revelarle la verdad de su noble origen a Boy, para que él decidiera que hacer.

La decisión fue obvia: Boy optó por ir al encuentro de sus verdaderas raíces y reclamar sus derechos, pero sin nunca olvidar a sus padres adoptivos. Estaría en constante comunicación con ellos, vía correo; no habría problema con ello, pues ya Tarzán había abandonado su antigua aversión a todo contacto con la civilización.

Bien, decidí narrarle la historia de ese otro pariente suyo, Sir John Clayton, a quien le ocurrió una tragedia igual a la de sus verdaderos padres, allá por 1909. Le narré lo que averigüé en la biblioteca de los Greystoke, además de lo que me relató el viejo Florey. Sin embargo, no pude acceder a ciertos documentos que confirmarían o desmentirían mi sospecha. De hecho, para haber accedido a la biblioteca privada de los Greystoke tuve que prácticamente colarme en ella.

Boy prometió ayudarme, pero quiso saber cuál era esa sospecha suya… si era acaso lo que también él ya se estaba figurando. Cuando la expresé, tanto Boy como O’Doule se quedaron boquiabiertos.

Entramos a la biblioteca del castillo. Tras consultar varios volúmenes de los estantes de más restringido acceso, descubrimos documentos de 1910 con nombres, fechas y fotografías. ¡Todo coincidía! Pero los retratos de John Clayton y su esposa acabaron por convencernos: para Boy y O’Doule esos rostros eran muy familiares.

Era un hecho: el hijo de Sir John y Lady Alice era el propio Tarzán. Jane Parker era esposa del verdadero Lord Greystoke… y el padre adoptivo de Boy era, en realidad, su tío. Los tres nos quedamos mudos, sin saber qué decir. Yo buscaba verificar esta sospecha, pero no había planeado qué hacer después. Boy no se sentía seguro si debía reclamar la herencia de los Greystoke. ¿Acaso Tarzán no era más merecedor de esa fortuna? Después de todo, Boy solo era su sobrino.

Tras un largo debate, finalmente optamos por informar a Tarzán de la verdad de su origen: sería él quien decidiera qué hacer, ya sea venir a reclamar lo que es por derecho suyo… o permanecer en su hogar de la selva.

Pero Boy no podía ir a planteárselo: iban a comenzar sus actividades como nuevo miembro de la familia Greystoke, entre ellas las clases con un maestro particular. Pensó escribirle una carta, pero algo así de serio debía discutirse personalmente.

El caso es que, ¿quién iría a informar de esto al Hombre Mono?

TARZAN Y JANE

La respuesta fue obvia: iría alguien que, en esos instantes tendría la facilidad y el deseo de visitar esa inexplorada selva del Congo. Alguien que esté física y mentalmente listo para ese arriesgado viaje. Alguien que, aún sin haber conocido personalmente a Tarzán, ya supiera lo suficiente para hallarlo y tratar con él.

Y es por eso que me encuentro ahora aquí, en esta región del Congo Francés marcada como inexplorada.

Lo que he tenido que pasar. Partí en el barco S.S. Weissmuller, rumbo al Congo Francés. Hubiese sido un viaje de lo más aburrido de no ser porque proyectaron la película americana de aventuras Trader Horn (curiosamente ambientada en la selva africana).

Finalmente llegué a Randini: una ciudad del Congo Francés que más parecía colonia británica (de cada diez blancos, siete son ingleses).

Busqué la tienda que había pertenecido a James Parker y después a Harry Holt; al morir éstos, habían pasado a manos de un tal Beamish, quien logró sacarla adelante. Para mi sorpresa, todos conocían ya la existencia de Tarzán, pues éste ya había hecho una que otra incursión en esa frontera de la civilización. El mismo Beamish me confió que su empleado Benji le había regalado unas perlas que trajo de esa región inexplorada. Ese Benji era gran amigo de Tarzán y uno de los pocos a quien le había revelado la ruta para llegar sano y salvo a su hogar.

Más tarde conocí al tal Benji: era un alegre mexicano que gustaba de cantar calipsos con su guitarra. Me contó la historia acerca de las perlas: él había acompañado a Tarzán y a Jane a la isla prohibida de Aquatania, donde derrocaron a Varga, un impostor que se hacía adorar como dios. Al mostrarme la dorada máscara que el forajido Varga usaba (un recuerdo que guardaba de esa aventura), la reconocí: en la Enciclopedia Gibbons era la misma imagen del mítico dios Balu. Los isleños de Aquatania le regalaron varias perlas.

Desgraciadamente, Benji no pudo llevarme, pues ya había sido contratado como guía por unos exploradores. Y por mi impaciencia no iba a esperar a que regresase. Así pues, partí yo mismo, acompañado de varios porteadores.

Por cierto, no fue fácil conseguirlos: los nativos ya habían hecho un pacto tácito de nunca ir a una expedición que fuese al Escarpado Mutia. Me hablaron las familias de varios jefes porteadores que habían pagado con sus vidas el romper el tabú de ir a esa zona juju. Riano, Saidi, Bomba, Mooloo y otros más desaparecieron sin dejar rastros. No hacía mucho, un grupo de porteadores había regresado enterito porque tuvieron la suerte de desertar a tiempo: el viejo inglés que dirigía la expedición los llevaba a la prohibida ciudad de Palmyra (recordé lo que Boy me había contado en Inglaterra: la trágica expedición del sabio Sir Guy Henderson a la ciudad gobernada por las intrépidas Amazonas).

Pero gracias a los parientes de los difuntos porteadores de otras expediciones, me enteré de muchas cosas valiosas que me serían útiles para mi expedición.

Más o menos tenía ya un mapa con las ubicaciones aproximadas de las aldeas salvajes de esa selva peligrosa: los Enanos Salvajes, los Hombres Leones, los Gaboni, los Hymandi, los Zambele, los Ubardi y los Joconi. Creí haber hallado una ruta segura (aunque dudo mucho que fuese la misma “ruta segura” que conocían Tarzán, Jane y Benji)… pero ni así quiso ningún nativo arriesgarse a acompañarme.

Busqué porteadores en la ciudad hindú de Zambesi; ninguno quiso ir. Lo mismo me sucedió en la ciudad vecina de Bagandi. Ambas poblaciones recordaban algo acerca de la secta de los Hombres Leopardos, que asoló esa región hasta que el propio Tarzán le puso fin, matando a todos sus fieles al derrumbar su cueva-templo. Si oficialmente el temido culto era historia, aún quedaba la superstición; al igual que los africanos, estos hindúes temen que, por las noches, en esa zona se pasea el fantasma de Lea, última sacerdotisa de la secta, juntos con sus Hombres-Leopardo. Solo en ocasiones muy especiales caravanas se aventuran a adentrarse por esa región.

Pero tuve buena suerte al buscar porteadores en el reino de Touranga. Su soberano, el joven rey Suli, se entusiasmó al saber que iría a visitar a su amigo, el Hombre Mono. Convencido de mis buenas intenciones, me alquiló a muchos porteadores que me acompañarían en mi expedición, además de venderme armas y provisiones. Todo por un precio cómodo.

Y comenzó mi odisea. Al parecer, mi mapa particular estaba muy mal concebido. Planeaba ir por el Río Niaga, pero no tomé en cuenta los rápidos: las canoas que nos llevaban encallaron en unas rocas y unos pocos logramos salir con vida.

Luego fuimos atacados por los Gaboni. ¡Esos caníbales! Vi a varios de mis porteadores atravesados en la frente por sus mortales flechas. Pero me salvó el Escarpado Mutia: cuando yo y mis hombres lo abordamos, los Gaboni se alejaron espantados.

TARZAN

Más adelante fue la odisea de subir el Mutia. No sé cómo unos gorilas aparecieron en lo alto y comenzaron a arrojarnos rocas, mandando al abismo a varios de mis porteadores. Por suerte hallamos un túnel que nos llevó a otro lado de la selva.

Ya estábamos en la selva… y extraviados. Vi un río habitado por cocodrilos e hipopótamos salvajes y creí reconocer aquél que me describió Jane. Construimos balsas y lo cruzamos. Desgraciadamente una fue atacada por esas fieras y los que cayeron fueron devorados por las fieras.

Llegamos a la orilla. ¿Qué camino tomar? Daba lo mismo, no teníamos idea de dónde ir. Y así acabamos atrapados por los temibles Enanos Salvajes. Fuimos llevados a su aldea y sacrificados a un monstruoso gorila. Uno tras otro nos arrojaban a las fauces del monstruo… pero afortunadamente yo venía preparado. Si bien nos despojaron de nuestras armas, no así con las granadas de mano que llevaba (no sabían lo que era). La primera que arrojé voló en pedazos a este nuevo simio-mascota; la segunda la arrojé contra los propios Enanos Salvajes, causando muertos, heridos y mucho alboroto. Los sobrevivientes salimos en medio de la confusión, mientras yo arrojaba las granadas que quedaban contra esos pequeños demonios.

Bien, estábamos perdidos en una selva inexplorada, sin armas y sin provisiones. Y no sabíamos a dónde ir.

Durante una parada vi algo que maldije con toda mi alma: un pájaro dodo. Ahí estaba, el ave que me había llevado a esta aventura que, al parecer, acabaría fatalmente. Si hubiera tenido un arma, habría exterminado al avechucho de un tiro.

Sentimos un estruendo lejano. Lo seguimos y descubrimos un volcán que rugía. Entonces me acordé de ese volcán: Boy me había narrado que si íbamos camino al volcán llegaríamos a Palmyra, la ciudad de las intrépidas Amazonas. Claro, yo no sabía de qué lado estábamos del volcán ni si cruzaríamos forzosamente por Palmyra, pero nuestra desesperación por hallar comida y refugio fue más fuerte que nuestra prudencia.

Nos encaminamos hacia el volcán, pero tras un largo trecho fuimos atacados por una lluvia de flechas y lanzas… ¿de quién? Nunca vimos a nuestros atacantes, nos lanzaron sus armas desde un bosque frondoso. Quizás fueron los Hombres Leones; o los Hymandi; o los Joconi; o los Zambele… O hasta las mismas Amazonas, deseosas de ahuyentar a todo intruso del mundo exterior que se acerque demasiado. El caso es que no nos pusimos a averiguar: inmediatamente los sobrevivientes (casi todos heridos) corrimos en dirección contraria.

Una flecha me había atravesado una pierna. Los pocos porteadores que me quedaban estaban en peores condiciones que yo. Ya no teníamos ánimos o fuerzas para seguir. Tras mucho caminar, hallamos refugio en una cueva oculta por una cascada… ¡oh, Dios mío! Había una cantidad enorme de esqueletos de elefantes. Era el famoso Cementerio de los Elefantes. Y ahí, rodeados de una inútil fortuna en marfil, nos tumbamos a esperar la muerte.

Ya muy de noche, oí voces en el exterior… ¡gente! Salí y vi una partida de hombres blancos, con atuendo que parecían egipcios o árabes. Volví a la cueva y desperté a mis porteadores, que me siguieron. Pero al ver a los extraños, salieron corriendo rumbo a la selva. Yo traté de comunicarme con los blancos, pero sentí que todo me daba vueltas y caí sin sentido.

Al despertar no pude abrir los ojos, alguien me los había vendado. Escuché una voz femenina que me hablaba: mis heridas ya habían sido curadas y pronto me llevarían a donde estuviera a salvo. Pregunté dónde me hallaba, qué había pasado con mis porteadores. No habían encontrado a ninguno (?) y no podían decirme dónde estaba. No me harían daño, pero no querían extraños en su ciudad.

¿Ciudad? ¿Una ciudad en medio de la selva? Prudentemente pregunté por qué ese temor a los que vienen del mundo exterior. La voz me respondió que ya antes habían salvado a un explorador extranjero, y que ese hombre les trajo después la esclavitud y la muerte. No sabían qué intenciones me llevaron ahí, pero no querían arriesgarse.

TARZAN

Expliqué que no era explorador, que buscaba a Tarzán, el Hombre Mono, que tenía un importante mensaje para él. Al escuchar el nombre de Tarzán, la voz femenina se emocionó; en esa ciudad también conocían al Hombre Mono, y hasta le estaban agradecidos. No podían llevarme a su casa, pero me dejarían con alguien que sí podría hacerlo.

Volví a perder el conocimiento. Desperté más tarde, en una cabaña. La primera cara que vi fue… ¡la de Jane Parker! Con el cabello suelto y un traje de piel. Ella notó mi sorpresa y dijo que debí verla cuando llegó por vez primera ahí: su traje de piel era el más diminuto e impúdico que se pudiera alguien imaginar. Claro, tenía ropa civilizada, para caso que tuviese que volver al mundo exterior… y me mostró un ropero con un traje de la Boutique Hays (la ropa con la que había regresado a la selva) y prendas de otras tiendas y países.

Al preguntar cómo llegué hasta ahí, la respuesta fue que, de un sitio que no debía hablar nunca, fui llevado a la aldea de los Ubardi. Ahí el adolescente Tumbo, el único nativo que sabía hablar inglés, me trajo pues, como gran amigo de Boy, era uno de los pocos que sabían cómo llegar al hogar de Tarzán.

Procedí a decirle que traía algo que Tarzán, su esposo, debía conocer. Eché de menos una cartera de la que no me había desprendido ni siquiera en los momentos más críticos. Jane me la alcanzó, pero noté que había sido abierta… y que estaba vacía. Jane dijo que había llegado bien cerrada y que ella no la había abierto.

De pronto se le iluminó el rostro y se asomó por la ventana. Gritó un nombre: ¡Cheeta!, y apareció un chimpancé hembra con varios papeles en las manotas. ¡Así que ésa era la famosa mona Cheeta, tan amiga de lo ajeno!

Pero Jane le gritó ¡Ungagwa!, y el simio me entregó los documentos. Faltaban varios, y tuvimos que buscar entre la maleza para hallarlos. Ya reunida la documentación, expliqué a Jane mi odisea y el motivo de mi visita: su marido era, en realidad, un lord inglés.

Jane se quedó de piedra: ¡Tarzán un Greystoke! Recordó cómo, siendo Boy un bebé recién rescatado, dejó de llorar cuando Tarzán le acercó la mano. ¿Acaso fue la voz de la sangre? ¿El instinto del pequeño huérfano había reconocido a su tío?

Entonces pregunté por el Hombre Mono. ¿Dónde se hallaba? Me dijo que ya regresaba, que había ido a Randini a dejar una carta para ser llevada a Boy. Antes ese servicio se los hacía Benji, pero él no pudo venir por haber sido contratado por unos exploradores. ¡Entonces solo hubiera tenido que esperar en Randini y el mismo Tarzán hubiera llegado! Vaya jugarreta del destino.

Recordé que había una carta de Boy entre mis papeles, y se la entregué a Jane. Ella la leyó; le decía que no reclamaría el título de Lord Greystoke, pues primero debía conocer la voluntad de Tarzán una vez que yo le hubiese contado todo. Terminaba comentando el sentido del humor de la vida, que había querido que fuese criado por su mismo tío, también extraviado en la selva.

Esperaba a Tarzán con impaciencia. Me preguntaba cómo volvería a la civilización, pues si bien Tarzán y Jane podrían indicarme el “camino seguro” a la civilización, tenía una herida en la pierna que me impediría correr o andar trechos largos. Jane me dijo que la solución la tenía Buli; salió al exterior y le gritó a un elefante ¡Ungagwa!, a lo que el paquidermo respondió acercándose. Pensaban mandárselo a Boy en un barco de carga, junto con una carta sorpresa. Me preguntaba cómo iban a pagar semejante envío, pero recordé que ellos disponían de suficiente oro para costear ése y otros gastos.

Buli podría llevarme sobre su lomo todo el trayecto hasta Randini. Una vez allá, lo embarcaría rumbo a Inglaterra, junto con la respuesta de Tarzán. Me extrañó. ¿Entonces Tarzán no iba a ir a reclamar su herencia? Ya Boy me había dicho que sospechaba eso, pero aún así quería estar seguro. Lo mismo me repetía ahora Jane. ¿Iba renunciar el Hombre Mono a los títulos, las tierras y los castillos? ¿Todo por vivir solo en la selva, aislado de la civilización? ¿Por qué justo ahora, cuando parece que, tras la catástrofe de la Gran Guerra, comienza una era de paz y progreso?

Tal vez… no sé, pero la futura Edad de Oro de la civilización quizás sea solo ilusión. En Randini leí que las relaciones de Occidente con la URSS comienzan a ir mal. Churchill habló no sé qué sobre una cortina de hierro que divide a Europa. ¿Nuestro antiguo aliado en la guerra vuelve a convertirse en nuestro enemigo? En esta época, cuando existen poderosas armas atómicas, una nueva guerra mundial podría significar, incluso, el fin de la civilización y sus habitantes.

Tal vez no sea mala idea dejar esta locura llamada mundo civilizado.

Pero algo me saca de estas reflexiones: al parecer mi largo recorrido está a punto de llegar a su fin. Un grito se oye en la selva. Ya me lo habían descrito, pero por vez primera lo oigo. Parece ese grito que usan los tiroleses de Europa Central. ¡Y veo a un hombre columpiándose con las lianas de los árboles!

Jane se alegra, Cheeta se ríe y aplaude, y Buli lanza gritos de alegría. Ha llegado el momento, voy a conocer a quien tanto he buscado. Le repito a Jane lo mismo que le dije a Boy: no quiero hacer un reportaje, ni publicar un libro, no. Pero mi espíritu de periodista me obligaba a esta aventura máxima en las selvas inexploradas, a conocer al Rey de la Selva, ante quien las fieras y los salvajes tiemblan.

Ya lo distingo mejor. Es alto, musculoso y de cabellos negros. Lleva un taparrabos de piel y un puñal. Lanza otra vez su enigmático grito y de un salto aterriza en el pasto, de pie, a unos metros de donde me encuentro yo, escribiendo estas líneas.

Tarzán, el Hombre Mono, ya está aquí.

TARZAN


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Esta página está dedicada a mi esposa y madre de mis hijos, Dolors Cabrera Guillén, compañera, amiga, amante e inspiración de toda mi vida, que atravesó el Umbral Dimensioanl el 12 de marzo de 2007 a las 18.50 y actualizada siguiendo su última voluntad, ya que antes de irse, me hizo prometerle que no abandonaría la realización de mis páginas web. Nunca será olvidada por nadie que la conociera simplemente porque siempre se volcó en hacer felices a los demás.

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